De ser un hombre de mar, de cargas pesadas, de semanas arriba de su bote El Rebelde, Rubén Patricio Tureo Rain se convirtió en un dirigente social en tierra.
La transición no fue fácil, porque no fue voluntaria, sino obligada por una insuficiencia renal severa que le impidió seguir la vida como la conocía, pero que le permitió ser parte del histórico movimiento social de 2012 que hizo posible que Aysén avanzara en varios ámbitos.
Y aunque no alcanzó a disfrutar del amplio reconocimiento del que ha sido objeto en los últimos meses, pues en abril pasado falleció a sus 48 años de una neumonía fulminante, "don Rubén" o "el Pato Tureo" -como era conocido- permanece en la memoria y en el corazón de su familia, amigos, de su población Pedro Aguirre Cerda, del Hospital de Puerto Aysén y de toda la comuna que vio su lucha incansable y los logros de ese esfuerzo.
Rubén se crio solo con su madre y fue un niño enfermizo, que quedaba muchas veces solo y al que al parecer suministraron muchos medicamentos para superar los continuos resfríos que lo aquejaban y que lo llevaban en reiteradas oportunidades al hospital.
No logró terminar sus estudios, tuvo que ponerse a trabajar para ayudar a su progenitora, aunque también se dice que no era muy aficionado a estar en clases y prefería salir a pescar.
Fue ahí donde empezó a trabajar y pasó largos años en medio de las frías olas del Pacífico.
A los 22 años, conoció a Leticia Lagos.
Ambos trabajaban en Pesca Chile, ubicada en Puerto Chacabuco. Ella tampoco pudo continuar sus estudios, pues su papá falleció y a su mamá le era muy complejo alimentar a sus seis hijos. Entonces las hermanas mayores salieron a trabajar.
“Yo vine de Puerto Cisnes y me puse a trabajar en la empresa pesquera. Y lo encontré a él, en medio de los pescados, en tiempo de invierno”, relata Leticia en conversación con Grupo DiarioSur, quien recuerda la particular forma de Pato de demostrar su interés por ella.
“Su cariño era bien extraño porque agarraba trozos de nieve y me los tiraba. Ese era su cariño. Entonces de repente sentía unos golpes por atrás y era él que me tiraba nieve", comenta.
“Ahí nos empezamos a conocer, porque nos veníamos juntos en el bus a Puerto Aysén y así empezamos. En los recorridos de los buses", agrega.
Leticia explica que unos seis meses después de conocerse ella quedó embarazada de su primer hijo, Tomás, pero siguió trabajando. "En ese tiempo no daban pre ni post-natal, uno trabajaba hasta el final, hasta que estaba a punto de tener la guagua", asegura.
Después de que nació su primogénito, lo dejaba con su mamá para continuar en la pesquera. En esa época empezaron a construir su casa. Primero una pieza y luego las demás. Tenían muchos otros planes cuando sin previo aviso apareció la insuficiencia renal de Rubén Patricio.
Tenía solo 30 años cuando se enteró de su diagnóstico.
Leticia cuenta que la explicación que le dieron los doctores fue que la causa de sus problemas era un posible exceso de medicamentos que le habrían suministrado cuando pequeño debido a sus reiterados resfríos.
Lo sorpresivo y negativo de la noticia golpearon fuerte a este hombre de mar.
Pese a que su deseo de los primeros años fue que su mujer se quedara en casa para criar a sus hijos, ella tuvo que retomar el trabajo y él se quedó en casa cuidando a Elizabeth, que recién había llegado al mundo, y a Tomás, que tenía 8 años.
“Se nos invirtieron los papeles. Él tuvo que cambiar pañales, cocinar y ser dueño de casa y yo volví a trabajar afuera. Él lo hizo muy bien. Fue un súper buen papá y siempre lo dio todo por sus hijos y por su casa”.
Leticia cuenta que con el tiempo empezó a hacer trabajos esporádicos: “como pintar escuelas, ir a la leña y cosas así y empezó a estar mejor, porque se movía más fuera de la casa, y a darse cuenta de que podía hacer otras cosas”.
Aunque se enteraron con posterioridad, Rubén Patricio no lo pasó bien con la noticia de su enfermedad y tuvo una profunda depresión, que incluso lo llevó a pensar en quitarse la vida.
“Él nunca dijo lo que sentía. Era un hombre que no mostraba sus sentimientos", dice Leticia.
"Era alegre y ocultaba su depresión porque nunca nadie lo notó, pero cuando quedaba solo seguramente ahí le pasaban cosas por la cabeza. Cuando ya lo había superado él recién contó esas cosas”, recuerda su viuda, quien cree que el hecho de estar en casa y pendiente de los hijos lo ayudó a reaccionar.
Para Leticia la veta de dirigente social era innata en “el Pato”, como le dice ella.
Empezó con las reuniones del colegio y luego siguió con las invitaciones a la Junta de Vecinos para conseguir leña para la gente y de paso para su familia, comenta.
"Por ayudar empezó a moverse y se empezó a meter más en lo dirigencial, en la Junta de vecinos número 8 de nuestra población, la Pedro Aguirre Cerda. Siempre tratando de ayudar a alguien”, detalla.
Recuerda que cuando fue el movimiento social en el 2012 su esposo se enfocó en la salud. “Fue dirigente de la diálisis y peleó por tener una diálisis acá en Puerto Aysén”, asegura.
Cuenta que él y otras personas se iban a dializar a Coyhaique: “Era muy duro", lamenta.
"De regreso todos venían muy mal en el viaje. Por eso primero peleó para que les pusieran buses. Después consiguió colaciones para la gente que viajaba, porque allá no comían y después de la diálisis salían con hambre. Más tarde consiguió canastas para las navidades y dos metros de leña seguros para los inviernos”, comenta Leticia.
Según la viuda, “él quería ayudar a la gente que lo acompañaba porque al fin y al cabo la gente que se dializaba con él era parte de su familia”. Además, reconoce que su esposo “en la dirigencia encontró un nuevo motor para seguir viviendo”.
Leticia recuerda que cuando se empezó a construir el hospital de la comuna no contemplaba una unidad de diálisis.
“Entonces él peleó por eso también. Viajó a Santiago, a Valparaíso, de alguna manera se las arreglaba para ir y seguir luchando, porque cuando se ponía una meta, la cumplía. Siempre lo que quiso, lo hizo” asegura.
Marcos Ferrada, amigo desde 2003, recuerda los esfuerzos de Tureo por sacar adelante las demandas de su comunidad.
“Empezó apoyando los reclamos de la pesca artesanal y después, cuando la mesa social empezó a conversar con las autoridades de ese tiempo, don Rubén empezó a exigir el tema de la diálisis, porque era muy complicado el traslado hasta Coyhaique, sobre todo en invierno", relata en conversación con Grupo DiarioSur.
"Y él lo logró, junto con varios avances que se alcanzaron para la región en ese gran movimiento”, agrega.
En el Hospital de Puerto Aysén reconocen el aporte en materia de diálisis que realizó Rubén, razón por la que en junio pasado instalaron una placa recordatoria en honor al dirigente.
Fue una ceremonia muy emotiva, en la que a través de un video mostraron la lucha de Tureo Rain por alcanzar sus objetivos, los que finalmente tuvieron sus frutos.
El material audiovisual comenzó con una conocida frase de Bertolt Brecht: “Hay hombres que luchan un día y son buenos. Hay otros que luchan un año y son mejores. Hay quienes luchan muchos años, y son muy buenos. Pero los hay que luchan toda la vida: esos son los imprescindibles”.
Ese mismo día su esposa, leyó unas sentidas palabras agradeciendo el gesto del hospital hacia su esposo.
Estas son algunas de las frases de ese discurso:
“Patricio a lo largo de todos estos años vivió por la comunidad, sobre todo por la unidad de diálisis. Sus ideales marcaron un antes y un después en la historia de la salud pública de nuestra región y la comuna de Aysén, ya que encabezó una lucha día a día por lo que creía justo y mejor para su gente", relató Leticia.
"Logró instalar la unidad de diálisis más moderna de la región en el Hospital de Aysén (…) prueba de que la voluntad del ser humano es esencial para lograr cambios en esta parte de la Tierra, fría y adversa. Los sueños se cumplen y se hacen realidad ya que a través de esta placa conmemorativa, me doy cuenta que su trabajo por la comunidad se concretó. Ha sido valorado y querido”, concluyó.
Pero esa lucha social también tuvo costos.
"Fuimos perseguidos y atacados. Lo pasamos harto mal en ese tiempo igual, porque nos venían a tirar las bombas lacrimógenas a la casa y eso que acá no había gente peleando. Es difícil de creer, pero así fue”, asegura Leticia.
Relata que mientras su esposo andaba en una esquina a dos cuadras de la casa -en la población Pedro Aguirre Cerda, donde ocurrió la mayoría de los enfrentamientos entre Carabineros y la comunidad durante el 2012- enfrentó difíciles momentos.
"Sentía que venían a tirar lacrimógenas a la casa, cuando estaba sola con mis hijos y eso igual nos asustaba un poco, aunque ellos estaban más chicos y no entendían lo que pasaba”, recuerda.
Sobre si alguno de sus hijos salió con la veta social del papá, Leticia asegura que el menor, Kevin, de 14 años “tiene respuesta para todo".
"Es muy directo, como su papá. Ya ha recibido hartos premios por su forma de ser. Tiene medallas y se destaca también como el más ordenado”, cuenta.
Expresa que afortunadamente todos sus hijos salieron “buenos para el estudio”.
"Tienen buenas notas. Yo pensé que iban a tener un bajón con todo esto, pero han hecho todo lo contrario. Yo creo que les quedó en la mente todo lo que les decía el papá: que era importante el estudio”, afirma.
Agrega que con ellos su esposo “era alegre y regalón".
"Al más grande todavía lo tomaba en brazos. Aunque también era estricto y exigente y siempre les dijo lo bueno y lo malo de la vida. Lo que él había vivido y lo que les convenía hacer para que no repitieran lo malo, como quedarse sin estudios”, asegura.
Y aunque reconoce que ahora tal vez algunas actividades van a ser más tristes para ellos sin el padre de familia, prefiere pensar que él sigue con ellos de otra manera y seguir recordándolo.
"Él hizo todo por nosotros, por su gente, por su diálisis, por Aysén. Fue un buen papá, que estaba en todas”, sostiene.
Rubén fue “esposo, padre de mis hijos, mi amigo, mi compañero de todos los días, esto nos permite recordar también que en esta vida todo se puede dar. Que la vida siempre devuelve algo positivo y que las cosas pueden darse vuelta a base de esfuerzo y voluntad”, concluye Leticia.
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