En aquel remotísimo tiempo, se entiende que grupos humanos debieron haberse diseminado hacia América desde el continente asiático, pasando por el Estrecho de Behring. Uno de los fenómenos más particulares que marcan al hombre de aquella época prehistórica lo constituye el hecho de que los grupos humanos desarrollaron su vida en torno de una economía de subsistencia que dependía de la cantidad de animales cazados. Es decir, eran los animales su principal recurso de manutención, por lo que se deduce su condición nómade, o sea, viajeros, al tener que recorrer enormes distancias en busca de alimento. Ello prueba su amplia movilización a través del mundo y explica también que, de pronto, se hayan encontrado con América.
Su localización
Muchos grupos comenzaron a llegar a través de miles y miles de años, y se establecieron lentamente en la parte sur del continente. Estas primitivas comunidades tienden a unirse, a fusionarse, para formar variedades de diferentes pueblos. Nombres como los tehuelches, puelches, pampas o patagones son de origen mapuche. Los tehuelches fueron los primeros. Nadie podría, por lo tanto, desconocer su calidad de tempranos ocupantes de nuestras tierras. El significado mapuche de tehuelche es gente arisca. El grupo se divide en dos ramas o pueblos que son los tehuelches del norte, o günuna kena, y los tehuelches del sur o aónikenk. Los günuna kena o tehuelches del norte alcanzaron a establecerse hasta el río Chubut por el sur, y hasta la región de Buenos Aires por el norte. Hablaban un dialecto que era el günuna iájitch y adoraban al dios Elengässem, el ser supremo. Una pequeña rama de estos günuna kena fueron los chewache kena o gente del pie de la cordillera, a quienes se les atribuyen los dibujos y escrituras hallados en los roqueríos de Puerto Ibáñez.
Con respecto al segundo pueblo, los tehuelches del sur o aónikenk, se establecieron en la región patagónica del río Chubut alcanzando hasta el Estrecho de Magallanes. Al sur del río Galera existieron varios reductos aónikenks, destacando uno que hablaba un idioma propio, el teuchén, dialecto que da origen a muchos de los términos que actualmente usamos para la denominación de pueblos y parajes geográficos, como el mismo Aysén que viene de aychirn, que significa retorcido, o Coyhaique que se desglosa en Koy, que es coigüe, y aike, que es lugar de. También sumamos a estos el de Ñirehuao o Ñirehuano, que ellos comenzaron llamando en su idioma teuchén con el nombre de Karoaique, lugar donde hay maderas.
Las deidades monoteístas
Las ideas religiosas acerca de la inmortalidad y la eternidad conformaban en el pueblo tehuelche algo sagrado e inconmovible, ya que siempre estaban presentes las deidades monoteístas. Sus ideas religiosas estaban fundamentadas en la presencia del espíritu bueno llamado Maipé, que residía en los cielos y había creado a los hombres y los animales, y que no tenía participación alguna en la vida privada de los ancestros. Como contrapartida al espíritu bueno, estaba el espíritu malo o Gualicho, que constituía causa, temor y origen de todos los males existentes. Aun así, señalados por la presencia de los espíritus, los tehuelches no tenían ídolos ni rezaban, pero sí practicaban mucho las ofrendas y sacrificios de yeguas, necesarios para calmar la sed de perversidad del gualicho, el cual siempre se encontraba al acecho para causar algún mal.
Más allá del gualicho, creían en la existencia de espíritus malignos errantes y vagantes por montes y llanos. Esta conducta les hacía ser supersticiosos y aferrados a agüeros, maleficios y brujerías. Tal vez por eso, el indígena tehuelche era desconfiado y receloso de cualquier fenómeno que escapara a su comprensión.
El encargado de ahuyentar al gualicho cuando había llegado una enfermedad grave que no encontraba cura, era el médico brujo de la tribu tehuelche, quien echaba mano a exorcismos e imprecaciones especiales entronizados en los reglamentos. Este médico brujo daba por entendido que el cuerpo enfermo había sido invadido por la presencia de un espíritu malo, lo que significaba que debía ser ahuyentado. Generalmente, estos médicos que ejercían el oficio de brujos eran mujeres curanderas y hechiceras. Cuando moría un tehuelche se iniciaba una ceremonia de cocimiento del cadáver en su propia manta de guanaco y acompañado de los objetos más preciados del difunto, sepultándolos con el rostro vuelto hacia el oriente y con el cuerpo doblado en posición fetal, para lo cual era necesario fracturarle la columna vertebral. Luego la tumba donde descansaría era recubierta de piedras, lo que significaba que nadie debería recordarlo jamás ni con la palabra ni con el pensamiento. Incluso los animales que le habían pertenecido en vida eran sacrificados, al igual que sus enseres y objetos personales, los cuales eran arrojados a una gran hoguera encendida cerca del toldo.
Entonces la viuda se cortaba el pelo sobre la frente y se pintarrajeaba de negro el rostro, y junto con otras mujeres de la tribu lanzaba llantos al aire, quejidos y lamentos lúgubres de gran monotonía. Los cadáveres eran sepultados en sitios bastante apartados, de preferencia ubicados en las cimas de los cerros, donde raras veces se acercarían, siguiendo su actitud de superstición y miedo. Los tehuelche creían en la reencarnación, aduciendo que las almas se iban a habitar a las almas de nuevos miembros de las familias, especialmente si el pariente moría viejo, ya que en su nueva vida rejuvenecía. En cambio, si moría joven, el alma quedaba errando sin destino por el mundo, prisionera de la tierra, esperando que transcurriera el tiempo que le faltó para envejecer. Tal vez por eso, cuando el muerto era joven le dejaban en su tumba alimentos, armas y efectos personales, para hacer más llevadera su larga espera.
Muchas denominaciones de lugares se deben a la definida influencia tehuelche, especialmente aquellos que hablaron el teuchén, lengua que por su sonoridad fue la que ofreció la posibilidad de asignar nombres a las tierras y lugares de nuestro vasto territorio.
Los tehuelches, considerados los primeros ocupantes de esta tierra, por inmigración en los tempranos períodos posglaciales, fueron siendo lentamente eliminados por los propios paisanos de Aysén antes de 1900. Otro signo de su exterminación lo constituyen los cruentos enfrentamientos bélicos con los mapuches y por la llamada Conquista del Desierto.
La conquista del desierto
Sobre el origen del término Conquista del Desierto hay dos teorías. Según una de ellas, se denominó así debido a las condiciones geográficas de la Patagonia, que presentaba un clima desértico. Según la otra, la denominación deriva más del etnocentrismo del gobierno argentino: la región estaba completamente deshabitada de gente de raza blanca y civilización europea. Solo estaba poblada por indígenas nómadas, que eran considerados animales y, por lo tanto, era un «desierto». La región se encontraba habitada originariamente por pueblos indígenas de etnia tehuelche, quienes posteriormente fueron conquistados, mestizados y asimilados por los mapuches, provenientes desde Chile. Los mapuches comenzaron a llamar la atención del gobierno argentino por sus continuos ataques a caballo hacia las estancias aledañas, de las cuales sustraían ganado para venderlo en Chile y secuestraban mujeres, quienes eran trasladadas a los asentamientos indígenas. La ley que promulgaba la conquista decía que la presencia del indio impide el acceso al inmigrante que quiere trabajar. Otro de los motivos que suelen citarse para la justificar la Conquista del Desierto, es el temor del presidente Nicolás Avellaneda a una posible invasión y conquista por parte del ejército chileno, que ya había conquistado numerosos territorios durante la Guerra del Pacífico. En aquella época, el límite sur de Chile era cercano a la Isla de Chiloé. Una vez concluida la Guerra del Pacífico, Chile se dedicó de lleno a dominar a los indígenas al sur de Chiloé, en una sangrienta operación que en la historia de Chile se llama, eufemísticamente, la Conquista del Desierto, que fue encabezada por el caudillo argentino Julio Argentino Roca en 1870, un verdadero genocidio sin parangón en la historia de la Patagonia.
OBRAS DE ÓSCAR ALEUY
La producción del escritor cronista Oscar Aleuy se compone de 19 libros: “Crónicas de los que llegaron Primero” ; “Crónicas de nosotros, los de Antes” ; “Cisnes, memorias de la historia” (Historia de Aysén); “Morir en Patagonia” (Selección de 17 cuentos patagones) ; “Memorial de la Patagonia ”(Historia de Aysén) ; “Amengual”, “El beso del gigante”, “Los manuscritos de Bikfaya”, “Peter, cuando el rock vino a quedarse” (Novelas); Cartas del buen amor (Epistolario); Las huellas que nos alcanzan (Memorial en primera persona).
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