Por Víctor Pineda Riveros, periodista.
El año pasado conocimos el problema de la escasez de pellets para calefacción. En prácticamente toda la zona sur hubo dificultades con el abastecimiento, y la gente debió sufrir las de Quico y el Chavo para conseguir, aunque fuera un par de bolsas, y estirar el rendimiento de los cilindros de aserrín para no cag… morirse de frío.
Fue tan grave el problema que los compradores se pisoteaban, repartían codazos, daban datos falsos acerca de supuestos locales bien surtidos y faltó poco para que se acuchillaran o balearan unos con otros.
Fue tan complicada la situación que la autoridad debió salir a dar explicaciones y los distribuidores aseguraron que, con la puesta en marcha de nuevas plantas elaboradoras, a partir de 2022, es decir, ahora, no se repetiría la tragedia griega que vivieron (vivimos, en realidad) los consumidores.
Sin embargo, al parecer a todos se nos olvidó que somos chilenos y que, como dijo Scarlett O’Hara, mañana será otro día y si te he visto, no me acuerdo.
Y así nomás fue. En pleno invierno, que ha resultado el más cruel en varios años, otra vez estamos en la lucha fratricida por conseguir las benditas bolsas de pellets. Y, por lo que nos han dicho los propios vendedores, no será fácil ni rápido salir del embrollo.
Explican que la producción no ha sido la prometida por factores externos e internos. Entre los primeros se menciona la baja en la exportación de madera, porque los mercados mundiales están tan complicados como el nuestro, lo que se traduce en menores cantidades de aserrín, materia prima del pellet.
Si a eso se le agrega que, en el área de mayor concentración de pinos, la muy comentada macrozona sur, hay otros motivos para que no sobre el excedente de la madera aserrada, sencillamente no se registró el aumento del alimento de los calefactores.
Como si no faltaran motivos para desatar la molestia y el frío de los usuarios, también hay denuncias de especulación y acaparamiento, lo que redunda en mayores precios del material tan necesario.
Por ello, las autoridades regionales piden a la gente que no compre más de lo que realmente necesita, pero no bastan las buenas intenciones y las palabras de buena crianza, porque es evidente que ya aparecieron los pillines que tienen la casa desbordante de bolsas, “para no congelarnos de aquí a la primavera y para venderle algo a los vecinos y a los primos, pero no crean que es por hacer negocio. Nooo, es por pura solidaridad, aunque unos pesitos extra no están nunca de sobra y menos ahora, en que la situación económica está jodida para todos”, se defienden los car’epalos.
Coincidentemente con aquello, aparecieron bolsas más pequeñas y precios inversamente proporcionales.
Igualmente, asomaron productos alternativos, como los pellets de cáscara de nuez, lo que ha despertado la inquietud de las ardillas.
Hay que tener cuidado con este material, porque es evidentemente más calórico que el que tiene al pino como materia prima, pero que también ensucia más rápidamente la estufa, incluyendo los cañones.
Como si fuera poco, también lanza algo de humo, con lo cual no se cumple el objetivo básico que se tomó en cuenta al lanzar la campaña de cambio de calefactores, casi gratis para algunos y mucho más caro para otros, porque no se elimina la contaminación ambiental de la que se culpa a la vieja y querida leña.
Volviendo al tema de la escasez y la desesperación de los consumidores, quienes se resignan a hacer largas filas y esperar por horas para llevarse pellets desde los pocos locales que todavía los ofrecen, nos encontramos con que según los seremi de Energía de toda la zona sur, se activó un protocolo de emergencia para ayudar en la logística.
No sabemos en qué consiste ese protocolo, pero el mismo personero aclaró que el pellet todavía no es un combustible regulado, por lo que se espera que entre en vigencia una ley que facilite su control, ya que hasta el momento la autoridad no cuenta con las competencias ni facultades para regular el sector.
¡Plop! ¡Exijo una explicación! Si es así, estamos en manos de quien quiera rayar la cancha a su pinta, tal como aún ocurre con la leña, donde si se tiene suerte nos toca material tan seco como lágrima de momia, igualito al que nos ofreció el vendedor, pero, si andamos de mala, vamos a tener que conformarnos con esos trozos llenos de puyes, truchas o salmones que solo sirven para agregar nubes postizas a los ya oscuros cielos sureños.
Ojalá que la ley llegue luego y que el mercado se pueda desenvolver lo más razonablemente posible y no tengamos que recurrir al ingenio para que el aparato funcione, aunque sea sin pellets.
Compremos miles de cajas de fósforos, les sacamos la cabeza y ya, dijo alguien. Mejor compramos leña y con el hacha chica o a cuchillo hacemos millones de astillitas, propuso otro. Y si probamos con lápices de mina cortados a medida, insinuó un tercero.
Todo eso escuchamos cuando estábamos en la fila del único local que todavía vendía los benditos cilindros, pero ni miramos al que estaba proponiendo una encerrona al camión de la distribuidora.
Hubo una fiebre del oro, otra del loco. Hoy nos convoca la fiebre del pellet, el nuevo motivo de sueño o pesadilla para miles de sureños.
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