Luego de soportar dos veranos completos casi sin salir de casa, nuestros compatriotas, de todas las edades, credos, preferencias políticas, albos, cruzados, azules y del parentesco más diverso, desde cuicos hasta proletas, han decidido lanzarse a la aventura, a sabiendas de que la variante ómicron del coronavirus no se anda con chicas y es más contagiosa que sus antecesoras, lo que le ha permitido alcanzar cifras de contagio realmente aterradoras.
La ciencia plantea varias alternativas frente a la situación. Hay especialistas más o menos optimistas, que dicen que si bien efectivamente esta cepa es más cargante que call center de ofertas bancarias o de multitienda, no es tan dañina como las conocidas anteriormente, porque sus síntomas son menores y casi sin letalidad para personas razonablemente bien defendidas por sus anticuerpos, naturales o aportadas por las injustamente criticadas vacunas.
Sin embargo, también hay opiniones muy respetables de otros estudiosos del tema, quienes sostienen que todavía está por verse si la ómicron es casi inocua, que es preferible esperar su desarrollo antes de emitir una palabra final.
Algunos optimistas han llegado a plantear que la presente debiera ser la última etapa de la pandemia, porque luego se va a transformar en endemia, es decir, un mal sempiterno, pero posible de controlar y con baja letalidad. Los que se niegan a sacar cuentas alegres replican argumentando que aquello también está por verse.
En lo que coinciden todos es en que hay que seguir cuidándose, con la mascarilla, con las vacunas, con el distanciamiento físico, con el lavado frecuente de mano y con el uso de alcohol gel hasta que las manos queden pasadas para siempre.
Eso en relación con el bicho mutante que tanto nos ha hecho sufrir. Hoy nos interesa hablar del turismo y de la gran cantidad de visitantes que ha recibido nuestro sur. Ellos parecen no temer al virus y hay que ayudarles a que regresen intactos a sus hogares.
Fíjese que esto tiene muy conformes a los que se dedican a entregar alojamiento y gastronomía, porque a pesar de las amenazas del ya citado ómicron, una enorme cantidad de chilenos ha optado por sacarse las ganas de volver a beber la ambrosía de los viajes y nuevas experiencias, luego de las dos temporadas de forzoso confinamiento.
¿Por qué el sur? ¿Por qué nuestras regiones de Los Ríos, Los Lagos, Aysén y una que otra vecina? Bueno, porque no hace falta recordar que están entre los lugares más hermosos del mundo, sí, del mundo, porque tienen atractivos no solamente naturales, y también porque estamos nosotros, la gente más encantadora del planeta. Si no lo decimos nosotros…
Nos han contado que está sobrepasada la capacidad de alojamiento en varias ciudades, hasta el punto que se ha visto a familias completas buscando un lugar donde pasar la noche, en horarios de angustia. Esto tiene más que contentos a aquellos que sacrificaron patio e intimidad para construir cabañas, con el doble propósito de recibir estudiantes de marzo a diciembre y a visitantes esporádicos cuando el verano es un imán para los turistas.
Esto no gusta mucho a los propietarios de establecimientos más formales, pero menos les importa cuando se produce el fenómeno que actualmente está en desarrollo, con mascadas aseguradas para todos.
Por lo mismo, no resulta extraño ver tacos en las principales calles de nuestras ciudades y auténticas tragedias griegas durante los fines de semana. Ni hablar de lo que ocurre en los horarios más adecuados para moverse con rumbo a las playas, saladas y dulces, que no han visto disminuido su atractivo ni siquiera en aquellos días que la lluvia también ha querido venir a dar una vuelta por estos lares.
Para encontrar un punto de estacionamiento en los horarios de mayor afluencia popular hacia el centro hay que tener santos en la corte o más suerte que el descubridor de John y Paul.
Los turistas que se desplazan en auto presentan características que los meten en el mismo saco. De partida, como andan con tiempo conducen con lentitud, lo que desata la ira incontenible de los que lo único que quieren es llegar luego a casa o a la pega. También se les nota cuando se cambian de pista a mitad de cuadra porque andan algo perdidos y no saben cómo llegar a la calle que buscan. También se hacen los amables y dan la pasada a los que aparecen desde calles transversales, para aumentar la rabia de los que vienen detrás, que a esas alturas solo quieren echarles el camión encima. Paciencia, que a todos nos tocado ser forasteros en alguna ocasión.
Para finalizar, no se puede obviar que el drama que se vive en gran parte del norte, con la llegada de inmigrantes entre los que hay algunos que al parecer solo han venido a delinquir, lo que ha significado una disminución muy evidente de turistas, tanto nacionales como extranjeros. Desde Iquique, por ejemplo, llegan noticias preocupantes, que deberán ser abordadas con la mayor serenidad y premura tanto por las autoridades en ejercicio como por las que asumirán en marzo. Lo cierto es que ese panorama aparte de grave se muestra creciente.
Mientras tanto, por acá es bueno esforzarse para mostrar a nuestros valientes huéspedes lo mejor de la magia del sur.
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