Era más o menos el mediodía del 11 de agosto de 1991 cuando el Hudson, que ya había tenido una erupción el pasado 21 de junio y volvía a emitir humo de su cráter desde el 8 de agosto, volvió a tener un segundo evento, sólo que más fuerte que el anterior.
Si ya en la primera erupción la población de Puerto Chacabuco, Puerto Aysén, Villa Cerro Castillo, Chile Chico y Río Ibáñez tuvo que soportar tormentas eléctricas, lluvias torrenciales y un enorme volumen de material volcánico arrojado desde el interior de la tierra hacia la atmósfera, ahora se intensificó y era visto desde toda la región.
Las tormentas eléctricas daban por las noches un espectáculo casi apocalíptico o de fin de mundo, atemorizando a todos los que dirigían su mirada hacia donde estaba el cono, pero para los vulcanólogos y fotógrafos el paisaje era digno de estudio para el futuro de esta ciencia en Chile.
No obstante, lo peor fue la ceniza y ese 1991 los patagónicos tuvieron que soportarla hasta fines de año e incluso comienzos del 1992.
Según datos de los expertos Eduardo Besoaín, Rafael Ruiz y Cristian Hepp, quienes realizaron un paper sobre los efectos geológicos de la erupción del volcán Hudson, la ceniza que expulsó el cráter se elevó por sobre los 8.000 metros y los vientos la llevaron hasta alcanzar más de 12.000 metros al ingresar a territorio argentino.
Los espesores de ceniza caída sobre el valle cercano al volcán oscilaron entre los 0,45 a 1,20 metros.
Los ríos transportaron un volumen considerable del material expedido y que fue redistribuido al llegar al lago General Carrera. El material incluso alcanzó las costas de Los Antiguos, en Argentina.
La evacuación de los pobladores, en especial de los campesinos, se produjo en los primeros tres meses desde la erupción de junio.
Según el geólogo Jorge Romero, la ceniza poseía azufre, pero no se detectaron metales pesados, mientras que la contaminación por flúor fue mínima en la ceniza, el agua y el forraje.
Pese a esto, se estima que alrededor de un millón de cabezas de ganado murió luego de la erupción, debido al daño de pasturas por la caída de cenizas y por la supresión de la recuperación vegetal.
El experto añadió que se produjeron embacamientos de ríos y desagües de lagos, corte de caminos, desplome de viviendas, inutilización de aeródromos e interrupción del tráfico aéreo y de la navegación en el lago General Carrera, daños en huertos y siembras, entre otros.
Lo peor fue los daños graves en las tierras agrícolas alrededor del Lago General Carrera, muerte de ganado y deterioro de los bosques.
Romero indica que los ríos se cargaron en sedimentos inmediatamente después de la erupción, pero un año después volvieron a sus condiciones iniciales.
Los depósitos de ceniza se estabilizaron naturalmente con mayor velocidad en áreas con intensa precipitación debido a la compactación y el crecimiento de plantas, mientras que fue mucho más lento en zonas ventosas y semiáridas.
El volcán Hudson, bautizado así por el hidrógrafo chilote Francisco Hudson, recién fue reconocido como volcán tras la erupción de 1971, pues su lejanía hizo difícil su estudio.
Cubre un área aproximada de 300 kilómetros cuadrados y su cima está coronada por un gran cráter (caldera) de 10 kilómetros de diámetro con forma casi circular que está rellena por un glaciar con un volumen estimado en 2,5 km
Si bien el volcán Hudson tuvo erupciones registradas por Sernageomín en 1930, entre agosto y septiembre de 1971 y en octubre de 2011, la erupción de 1991 ha sido la más grande del Hudson en su historia.
Fue tanto el impacto de la erupción de 1991 que el Museo Regional de Aysén posee una muestra sobre la erupción y la destaca como la segunda más violenta desde el 1900 hasta la fecha en la historia de Chile.
La erupción más grande que ha tenido el país fue la del volcán Quizapú, en la Región del Maule, en 1932.
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