Hace muchos años, en las islas Guaitecas, unos pescadores del sector Repollal navegaban cerca de un lugar denominado Conchal, en el canal Puquitín. Estos hombres vieron flotando un cuerpo que se golpeaba contra las rocas y pese a que sus corazones estaban acostumbrados a la dura vida del mar se llevaron una dolorosa sorpresa al comprobar que el fallecido era un niñito que apenas pasaría los 10 años.
Los pescadores se persignaron y después de deliberar decidieron sepultaron el cadáver del niño en un cerrito del lugar. Tras cavar la tumba rezaron un improvisado Padre Nuestro y un Ave María, le instalaron una tosca cruz y se fueron.
Así pasaron varios años hasta que una feliz coincidencia aportó un dato: el nombre del desafortunado niño.
LA FAMILIA QUE NO VOLVIÓ
Según la publicación digital “Leyendas y relatos inéditos de Melinka”, un proyecto financiado por el Gobierno Regional y apoyado por la Municipalidad de Guaitecas, de acuerdo al testimonio de Zulema Panichime y relatado por Andrés Stange, años después de haber encontrado al pequeño, llegó una embarcación a Conchal, proveniente de la isla de Chiloé.
Según Zulema Panichime los tripulantes pasaron a la casa de sus bisabuelos a comprar cholga seca y pescado ahumado que la familia tenía en el secador. La familia los invitó después a pasar a su hogar a tomar unos mates amargos y a conversar antes de reiniciar su navegación.
Uno de los tripulantes contó que años atrás había perdido a su familia en el mar, su hermano, cuñada y sobrino. Contó que habrían zarpado desde Castro hacia las islas Guaitecas, pero nunca volvieron al hogar por lo que suponía que habían muerto y que lo que más lamentaba era la pérdida del niño.
El bisabuelo Panichime abrió los ojos y le preguntó al desconocido por el nombre del niño y éste le contestó:
—Mi sobrino se llamaba Agustín Mañao.
Fue en ese momento que el bisabuelo Panichime le contó que los pescadores de Repollal habían encontrado muchos años atrás al niño y le habían dado sepultura. Después lo llevó a la tumba que se había transformado en una animita, por eso los lugareños de las Guaitecas denominaban el lugar la isla de la animita de Punitaqui. El desconocido quedó muy sorprendido de la historia, agradeció la sepultura que le dieron al pequeño y después dejó el lugar
Ahora, gracias al dato del familiar del niño, la animita tenía su nombre: Agustín Mañao.
MILAGROS
La animita de Agustín Mañao se ha convertido en un lugar de tradición para los habitantes de la comuna de Guaitecas y aseguran que es muy milagrosa
Al lugar sólo se puede acceder por mar. Es una humilde casita hecha a la manera chilota y se accede por una estrecha puerta. Al interior hay una infinidad de velas, estampas de Jesucristo, la Virgen María y santos, pero también hay decenas de paquetes de velas nuevas, regalos, cuadros réplicas de lanchas enmohecidas, ropa, gorros de lana y decenas de cuadernos, unos sobre los otros. En esos cuadernos los navegantes escriben sus peticiones al alma del niño que murió ahogado.
—“Animita de Agustín Mañao, ayúdanos a regresar con bien a nuestra casa”.
—“Agustín Mañao, ayúdanos para que nuestra hija sane de su enfermedad”.
—“Animita de Mañao, pídelo a Diosito que el tiempo amaine para salir a pescar”.
Son algunas de las humildes peticiones de los pescadores al alma del niñito y muchos aseguran, en especial, los pescadores artesanales, que cuando le piden que el mar se calme para salir a trabajar al día siguiente, al mirar la bahía, el Golfo de Corcovado está tranquilo como si Dios desde el cielo le hiciera caso a la humilde alma de Agustín Mañao, un santito no oficial, pero que en Melinka y sus alrededores es querido y venerado con devoción.
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