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La guerra de Chile Chico: una lucha por tierra y dignidad

Por Pablo Santiesteban / 21 de octubre de 2020
Los valientes colonos finalmente fueron reivindicados por el gobierno de Chile y fueron los pioneros de la región de Aysén.
Entre mayo y agosto de 1918 los campos de Aysén vivieron momentos de tensión cuando a los pioneros de la región no les quedó otra más que defender sus tierras al calor de las armas.
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La historia de la colonización de la región de Aysén es una historia romántica de esfuerzo y amor, pero también tiene episodios oscuros de abuso y explotación, uno de ellos es la conocida “Guerra de Chile Chico”. La mentada “guerra” raya casi como si fuera una película del Viejo Oeste de Estados Unidos o de la Revolución Mexicana cuando un puñado de colonos no tuvo más remedio que tomar las armas para defender lo que era suyo y evitar los atropellos de gente que, al verse en un rincón alejado de Chile, se creyeron con poder y derecho de hacer y deshacer a destajo.

La Guerra de Chile Chico, hecho pocas veces relatado en nuestra historia de Chile, fue documentado por Danka Ivanoff en el libro “La Guerra de Chile Chico o los sucesos del lago Buenos Aires” y trata de un enfrentamiento armado que se desarrolló entre mayo y agosto de 1918, en las cercanías del lago General Carrera, que en aquella época se denominaba lago Buenos Aires, y enfrentó a un aguerrido grupo de colonos chilenos contra policías militares chilenos que intentaron desalojarlos.

Aunque a mediados del siglo XIX se había iniciado la colonización, ya en los primeros años del siglo XX comenzaron a hacerse notar los primeros asentamientos en lo que hoy se conoce como Región de Aysén. Muchos chilotes llegaron a las islas Guaitecas y se fueron expandiendo, así como chilenos que vivían en Argentina y ante la promesa de tierra y trabajo se trasladaron a la inexplorada región.

Ya el 1 de enero de 1917 se funda el pueblo de Balmaceda, donde destaca el colono José Antolín Silva Ormeño, un ex militar del regimiento Tucapel de Temuco con cualidades de líder innato. Él reunió a varios chilenos que vivían en el suroeste argentino y así comenzaron a hacerse una vida con la ganadería.

Antes, en 1914, los colonos pidieron al gobierno de Chile que les reconocieran sus derechos sobre las tierras o que se realizara una tasación de las mejoras realizadas por ellos y un nuevo remate donde se les permitiera participar. Sin embargo, las tierras donde vivía esta gente de esfuerzo fueron rematadas en 1918 en favor del empresario suizo chileno Carlos von Flack, sin respetar que ya estaban inscritas a nombre de los residentes.

AIRES DE GUERRA

Al saber la noticia, los colonos se desanimaron y pensaron dejar sus campos y regresar a Argentina, pero se alzó Antolín Silva que los “aleonó” y convenció de quedarse a defender todos sus años de trabajo y sudor, aunque sea peleando “a bala limpia” por las pampas ayseninas.

Un destacamento de 50 policías militares chilenos ya avanzaba a la zona del lago Buenos Aires, había que actuar. Los colonos formaron patrullas de reconocimiento, reunieron las armas que pudieron -entre ellas varios rifles Winchester- y como Antolín Silva tenía formación militar lo nombraron jefe de la milicia de los colonos, casi como un “Emiliano Zapata chileno”. Entre los “guerrilleros” también resaltaron Luis Vázquez -que era veterano de la Guerra del Pacífico y de la Guerra Civil de 1891-, Manuel Jara, los hermanos Melquiades y Cantalicio Rivera, Pedro Burgos y su hijo Belarmino, Miguel Araneda, Rosario Sepúlveda, Juan Jiménez, Uberlindo y Santiago Fica, entre muchos otros colonos y colonas.

El colono Manuel Jara fue enviado como portavoz de los pobladores ante los policías, pero estos lo golpearon y amenazaron. Al mando de los policías iba el teniente Leopoldo Miquel, un oficial con poco tacto y escaso poder de negociación que lo primero que hizo fue mandar a quemar las casas de los colonos y apoderarse de su ganado.

Los colonos sintieron que les hirvió la sangre y más aún cuando se enteraron que el furibundo teniente Miquel ordenó echar a la intemperie a una mujer que hacía poco había dado a luz. En pleno invierno patagónico los colonos tuvieron que vivir en pleno monte. A lo lejos veían sus casas en llamas, su ganado robado, todo el esfuerzo de años usurpado. Eso no podía quedar así.

SE PONE CALIENTE

Antolín Silva contaba con 60 milicianos y ordenó que un grupo, al mando de Honorio Beroíza, saliera a patrullar. El 2 de julio de 1918 una patrulla de policías, reforzados con 10 milicianos locales, avanzaron al sector Laguna Verde, cerca de la casa del colono Santiago Fica, pero fueron rodeados por los colonos. Los pobladores enviaron a parlamentar a Sabino Benavides, pero los policías al verlo abrieron fuego y lo mataron. 

Los hombres de Beroíza abrieron fuego con rabia y mataron a tres uniformados (Passo, Chirqueumo y Rivero) e hirieron de gravedad al carabinero Riquelme. Ocho policías fueron tomados prisioneros y uno escapó.

El teniente Miquel envió otra partida de policías a Laguna Verde y también fueron recibidos a balazos por los colonos, aunque no hubo bajas en ninguno de los dos bandos. Los policías también son tomados prisioneros.

En Bahía Jara también hubo otro combate, pero sin muertos y dejando algunos heridos. Miquel y sus carabineros tuvieron que dejar equipo y pertrechos y se refugiaron en la colonia militar argentina de Las Heras.

Los colonos enviaron a Belarmino Burgos a intentar hablar con las autoridades y logró el apoyo del diputado valdiviano Pedro Nolasco Cárdenas.

LOS ARGENTINOS

La prensa informaba los hechos de maneras muy diferentes porque el gobierno argentino recibió la información que una pandilla de 200 bandidos chilenos tenía la intención de asolar la frontera, atacando las estancias de los gauchos y a los gendarmes. Por lo mismo se envió a 120 soldados del Regimiento de Caballería N° 2 de Argentina la frontera con Chile al mando del capitán Carmelo Miquel.

En Santiago, la defensa del diputado Cárdenas convenció al Congreso de que tenían que apoyar a los colonos, víctimas de un atropello atroz. Por lo mismo relevaron al teniente Miquel y pusieron en su lugar al teniente José Valdés.

Las tropas argentinas llegaron el 10 de agosto a la estancia La Ascensión donde los policías chilenos estaban sitiados por los colonos de Chile Chico. Al ver que los argentinos llegaban, los colonos se entregaron sin mediar resistencia y les explicaron lo que estaba ocurriendo. El oficial argentino Miquel, más comprensivo que su tocayo chileno, entiende la situación e informa a las autoridades que no había forajidos y desistieron de luchar contra los colonos. Lo que sí hicieron fue escoltar a la policía chilena fuera del territorio argentino. Los colonos prisioneros quedaron un tiempo detenidos en Puerto Deseado y fueron liberados en octubre de 1918.

POR FIN LA PAZ

La paz volvió a los parajes de Aysén y el gobierno de Chile anuló el arrendamiento a Carlos von Flack. Los colonos fueron respetados por las empresas explotadoras, al tiempo que el gobierno destinó más recursos para colonizar la región.

El teniente Leopoldo Miquel fue juzgado por su accionar y hasta el propio Von Flack atestiguó en su contra.

Diez años después se fundó el pueblo de Chile Chico, mientras que Antolín Silva, el jefe guerrillero, es recordado como un próspero agricultor y comerciante de la zona y hasta una escuela de la ciudad de Balmaceda lleva su nombre.

La dignidad y la tierra fue para los colonos, los pioneros de la región de Aysén.

 

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