Por Víctor Pineda R.
Sabemos que los torreones coloniales son el mayor testimonio del paso de la historia por Valdivia, pero una tierna vaquita, muy querida por niños y adultos que salen de la ciudad por la ruta hacia el norte, es la que motiva este comentario.
Se temió que su momentáneo levantamiento desde el lugar donde ha estado emplazada durante décadas fuese permanente, pero desde la actual empresa propietaria de las instalaciones llegan noticias esperanzadoras.
Que así sea, porque la cuadrúpeda es todo un símbolo moderno de la provincia de Valdivia, y tal como es el toro de la Plaza de Armas para los osorninos.
Se trata de casos emblemáticos y aquí sí que está bien empleada esa palabra de la que tanto se abusa. Estos vacunos son emblemas, y como tal hay que respetarlos, algo muy difícil de conseguir en un país como el nuestro, tan tímido o tan mojigato a la hora de mostrarse en paños menores.
Estas aseveraciones nos recuerdan una situación muy valorable, ocurrida también en nuestro sur.
Hace pocos años se armó una polémica en Puerto Montt por la suerte que debía correr la simpática escultura de la pareja de enamorados conocida como “Sentados frente al mar”, instalada en plena costanera e inspirada en la canción del conjunto uruguayo “Los Iracundos”, que ayudó a que la ciudad fuese más conocida aún en toda América Latina.
Como se recordará, hubo opiniones encontradas frente a la obra del autor Robinson Barría desde el momento de su instalación, allá por 2002.
Para los críticos, la voluminosa estructura, de seis metros de alto, no pasaba de ser un mamarracho, que parecía haber sido pensada por un párvulo y que en lugar de lucir solo desprestigiaba el punto más visitado de la capital de Los Lagos.
En sentido contrario, cientos de puertomontinos opinaban que la escultura estaba llena de gracia, de modernidad y de creatividad, con lo que otorgaba un sello único y contundente a la ciudad.
Como no se ponían de acuerdo, fue necesario realizar, hace exactamente tres años, una consulta ciudadana. Un plebiscito anticipado, con su Apruebo y su Rechazo propio. Participaron 48 mil personas, de manera presencial y en línea y por paliza ganaron los que pedían que la estatua siguiera reinando desde su ubicación.
Fue un buen ejercicio el de los porteños y los ajenos que se movieron en favor de la obra, porque, bonita o fea, sigue siendo identitaria y exclusiva, algo que en Chile nos cuesta bastante aceptar, porque somos enemigos declarados de lo monumental o toda forma de consagración de lo nuestro, por pequeño que a veces resulte.
En Coquimbo rompieron los moldes cuando se propusieron erigir templos de grandes dimensiones y significado para las tres mayoritarias religiones monoteístas que se profesan en el país. Alcanzaron a levantar dos, una hermosa mezquita musulmana y la espectacular Cruz del Tercer Milenio, en homenaje a los dos mil años del nacimiento de Jesús de Nazareth.
En general, han sido la fe y sus representantes quienes más han gastado en levantar obras sobresalientes de carácter no comercial. En Santiago, por ejemplo, resaltan la Catedral, el Templo Votivo de Maipú, el Templo Bahá’i y otras cuantas edificaciones dedicadas al culto, porque no vamos a sumar en igualdad de condiciones a los contados rascacielos que luce nuestra capital.
En el resto del país ocurre lo mismo. Con motivo del Bicentenario de la Independencia se concretó la idea de instalar una gran bandera nacional en los lugares más interesantes de cada capital regional, pero en Valdivia la iniciativa no cuajó, ya que se pretendía dar un toque distinto a la ciudad, que sería nada más y nada menos que la capital de una región modelo.
Hubo un concurso escultórico para reemplazar a la gran bandera, que incluso tuvo ganador, pero el resultado fue tan original que la obra vencedora sigue a la espera de la construcción de un prometido centro cívico para por fin quedar expuesta a los ojos de la ciudadanía.
Al tranco que vamos, lo más probable es que haya que esperar al Tricentenario para ver si pasa algo, tal como ocurre con la construcción, reparación o ampliación de los puentes urbanos, a lo que ahora se ha sumado la posibilidad de un túnel subfluvial.
Menos mal que los torreones han soportado todos estos terremotos, inundaciones, invasiones e intentos por convertirlos en parque de atracciones o algo peor. De lo contrario, la urbe más antigua del barrio no tendría símbolos en pie, porque hasta el modesto busto de fray Camilo fue vandalizado por los que no entienden nada de nada.
A pesar de todo esto, hay motivos para mantenernos optimistas.
Estuvimos preocupados por la suerte que podría correr la tierna y generosa vaquita instalada sobre el estanque de una empresa láctea en el cruce de los caminos que unen a las comunas de Valdivia, Máfil y Mariquina, pero los actuales propietarios del vacuno de fantasía han dicho que no la moverán y, si lo hacen, será porque preparan una gran remodelación de todo el sector.
Anticipan una sorpresa para los millones de admiradores de la cuadrúpeda, así que solo resta esperar que les quede todavía más amorosa, que dé mucha leche, y que los quesos producidos en el lugar resulten mejores que los suizos.
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