Claro que sí. Hablamos mal del cuñado que nos debe plata, del colega que apareció con un auto nuevo, de la vecina que se pone cada vez más atractiva, de la suegra que nos encontró desabrido el asado, del jefe que no entiende nuestro estilo de trabajo, del fanático que gritó el gol de su caca de equipo como si hubiese ganado el Mundial.
En fin, nunca nos falta alguien en quien descargar nuestras broncas, envidias, miserias, penas, contagios, angustias, etc., pero no es ese el blanco de nuestros disparos de hoy.
A lo que queremos referirnos a lo mal que hablamos y escribimos en nuestro quehacer cotidiano, cuando ni siquiera estamos apremiados por los traumas anteriormente descritos.
En el resto de América Latina, nuestra amada Patria Grande, ¡uy, qué falso sonó eso!, se burlan de nosotros enfatizando que los chilenos somos los que peor usamos el bellísimo idioma que nos compartió España. A la fuerza, si quieren, pero igual llegó para instalarse y darnos algo de unidad. En caso contrario, aún tendríamos una Torre de Babel propia.
En torno a nuestra habla, más allá de las fronteras se dice que es una sarta de modismos tan compleja que termina por ser ininteligible. Y más encima nos critican porque movemos la lengua a miles de revoluciones por minuto. Resultado, no se nos entiende.
En Youtube hay numerosos videos al respecto. Hay algunos muy graciosos, subidos por gringos del nuevo y el viejo mundo, en los que hacen una especie de escalafón de estilos regionales, donde siempre el chileno queda perdido al final de la tabla, muy lejos del más cercano antecesor.
Cuentan estos gringos que alguna vez llegaron al país muy confiados en su capacidad de usar el idioma y hacerse entender, porque venían de vivir dos o más años en Madrid, Barcelona, Bilbao o Sevilla, pero al primer contacto con un nativo comprendieron que tanto esfuerzo no servía para nada. Ellos sí hablaban castellano, pero la respuesta les llegaba en un dialecto que en apenas en mínimos detalles se parecía a las letras de Cervantes, Lope de Vega o García Lorca.
Conclusión, no les quedaba otra que aprender de nuevo, partiendo por la palabra mágica de estas tierras: huevón. Con sus variantes hueón, weón, wn y su más excelso derivado, ahuevonado, era la clave para acercarse a una comunicación algo más fluida.
Créanme, estimados lectores, que en lo personal no me molesta que actuemos de ese modo. Un profesor de redacción en la Escuela de Periodismo nos explicaba que al chileno hay que tomarlo como una variante del castellano, tal como ocurre con el platense, la vertiente argento-yorugua del asunto.
Lo importante, decía el profe, es que junto con hablar como lo hacemos coloquialmente, es decir, con el huevón como estandarte y comodín para describir tanto a una persona muy apreciada como al peor enemigo, también seamos capaces de dialogar como aconsejan las reglas y normas de la benemérita Real Academia Española de la Lengua, la RAE, tan vilipendiada últimamente por personajillos que se creen dueños de la verdad y con derecho a hacer con el castellano lo que se venga en gana mientras sea útil a sus cavernosos intereses.
Más me preocupa lo mucho que contagian algunas personas que tienen acceso a audiencias masivas y que disparan a mansalva sin preocuparse del manejo de su ametralladora. En esto, lamentablemente, a veces caen algunos profesionales que no debieran dejarse influir por los “famosos”, como ocurre con la palabra novel, referida a alguien con poca experiencia, que en la televisión convierten en la inexistente ‘nóvel’.
Otro error frecuente aparece cuando se habla del incendio de una vivienda en la ‘intersección’ de tal y cual calle. ¿Una casa justo en medio de un cruce? Raro.
De repente escuchamos: “la víctima recibió el disparo en ‘su’ cabeza”. Demasiado obvio. No podría haber sido en la cabeza del vecino.
Mejor ni hablemos del uso del malvado verbo haber. Mucha gente ya sabe que su conjugación es complicada y que no debe decirse ‘hubieron’ problemas, sino ‘hubo’ problemas. Y no es lo único, porque tampoco es correcto decir que ‘ha habido’ problemas o ‘habrán’ lluvias este fin de semana. ¿Por qué es tan complicado este verbo? No lo sé. Ante cualquier duda, diríjase a www.rae.es. En este caso no sirve el conocido salvavidas de la www.fifa.com.
También me molesta mucho algo en una aberración en que caen desde las más altas autoridades hasta los mortales comunes y corrientes, como nosotros. Es cuando se dice ‘ocurrió hace tres años atrás’ o ‘lo dijimos hace diez años atrás’. Se cae en una redundancia, porque basta con decir ‘ocurrió hace tres años’ o bien ‘ocurrió tres años atrás’. Si junta el ‘hace’ con el ‘atrás’ está preparando una taza de té con café y uno de los dos le va a sobrar, a no ser que tenga gustos muy extravagantes.
En fin. Tengo coleccionada una larga lista de errores frecuentes y reiterados que encontramos en el leguaje relativamente formal, actualmente en uso, pero si la expongo completa en estas líneas nadie la va a soportar.
El leguaje es dinámico y permeable a los cambios. Eso es bueno, porque no podríamos seguir hablando como en los tiempos de la colonia, pero tampoco son buenos los abusos ni las exageraciones en materia de cambios.
Calma y buena letra, es mejor receta.
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