La Última Esquina

Los Mascareño Cifuentes de Balmaceda al despuntar 1923

Por Óscar Aleuy / 28 de octubre de 2023 | 21:28
El famoso Hotel Español de los Mascareño le dio vida a un pueblo que nunca más creció. Doña Berza siempre estuvo junto a su esposo en todo. (Fotos familia Mascareño Cifuentes)
Eran famosos los Mascareños, por su hotel y el Club de los socios, amigos incondicionales del presidente Ibáñez, aventureros trashumantes de la primera Balmaceda. Crónica de Óscar Aleuy
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Mascareño se vino  en un mercante desde España y llegó a Buenos Aires cuando tenía catorce años. Se puso de acuerdo con su mejor amigo para faltar a clases y meterse al barco, grande y fastuoso, en los molos de atraque. Esa chifladura los hizo alcanzar hasta las bodegas burlando la vigilancia. Jugaron horas. Y en eso estaban cuando escucharon el pitazo, áspero y profundo. La nave empezó a crujir y a moverse, se pusieron nerviosos y lloraron con ojos de miedo hasta el otro día, echados sobre sacos de trigo en la más completa oscuridad. 

Temprano los descubrieron y los llevaron al puente, diciéndoles: ¡Este barco va hasta Buenos Aires! Así que el niño les dijo que su papá le había hablado sobre un hermano en Buenos Aires. Cuando llegaron, junto a un marinero salieron a preguntar por él, hasta que lo encontraron en una subida de cerro. ¿Se imaginan? ¡Perdido para siempre de su familia frente a un tío que no conocía!

El pariente manejaba transportes y entregas hacia el sur y algunos ingenieros que siempre armaban viajes iban a menudo para allá. Ya había uno listo hacia Comodoro Rivadavia y le preguntó a Alfredito ¿No quieres ir con nosotros? Un poco resignado, éste les dijo que sí.  —Por último, comentaron riendo, te enseñaremos a cebarnos el mate.

La llegada de Betzabé

A Balmaceda ya se podía llegar en 1923, porque todo lo había inaugurado ese Antolín cuando agarró unas piolas largas para construir una plaza. Betzabé Cifuentes andaba por los quince cuando llegó con su padre hasta un desierto enorme. Lo que le llamó la atención a la adolescente fueron los mercaditos árabes y las fiestas patrias que era como estar celebrando conmemoraciones argentinas o de otras repúblicas. —¿Y dónde habrá banderas chilenas aquí? —se preguntó.

El hotel Español de Balmaceda el mismo año de su construcción. Visitantes de ambos países lo visitaron, y el Presidente Carlos Ibáñez pasó dos veces (Foto familia Mascareño Cifuentes)

Rosendo Cifuentes de la Barra fue más allá. Esto no puede seguir así, dijo. ¡Qué se han imaginado estos vende patrias! ¡Se van a celebrar las fiestas chilenas ahora que llegó Cifuentes! Y explotó como una tromba formando comisiones para los programas y los números. Hasta que salieron las carreras, que era lo principal, carreras a la polla, carreras de a pie, de sortijas, palo enjabonado, cinchadas de solteros y casados y todo eso se anotó y se hizo. Y la poquísima gente aplaudió alborozada. También se formó una murga, una banda de músicos y gente que tocaba cualquier cosa con guitarra, acordeón o tapitas de botellas que ponían en un alambre y las hacían sonar. Hasta con las tapas de las ollas andaban. Y se formó algo como una banda que recorrió el pueblo para llamar la atención, porque las fiestas chilenas se tenían que hacer, no las argentinas, en busca de sacarles las bombachas y las alpargatas a esa gente que parecía más argentina que chilena.

La pampa llena de gente

Cuando llegaron las dieciocheras, era imposible creer la cantidad de gente que había, si se llenaba la pampa con carpas, monturas y caballos, era como un sitial de alojados, los más, cerca del río para no oler mal. Y llegaron del Baker, de Chile Chico, del Ibáñez, del Blanco, un gentío enorme, entonces para darles de comer a toda esa gente (en ese tiempo no se sentía lo que se daba porque todo era muy abundante), los mismos pobladores agradecían a las visitas y les daban corderos y vacunos y gallinitas, todo para carnear y se les abría un barril de vino y así, paso a pasito se fueron haciendo las primeras ramadas.

Alfredito de quince y Betzabé de catorce. Desde puntos distintos llegarían a juntarse en una vecindad con ropa tendida, vacas rumiando cerca de la plazoleta y paisanos apuñaleados junto a su caballo. Así era la Balmaceda de 1923.

El casorio y sus primeros emprendimientos

El inolvidable bar del hotel, con don Alfredo y doña Betzabé junto a dos parroquianos (Foto familia Mascareño Cifuentes).

Y los jóvenes, de tanto juntarse en medio del arrabal, comenzaron a hacerse ojitos y arrumacos. Mascareñito ya se había instalado con un boliche por ahí y a la gente le gustaba su negocio. Tan bien le fue, que le dijo a la Berzita que fueran a hablar con don Rosendo para matrimoniarse. Vivieron bien con ese negocio, era buena vida, la gente los prefería por Mascareño que era gracioso y de buen talante, bromista, bueno para el truco y la taba, de licoreo rudo y siempre rodeado de un ambiente gaucho, que era lo que no quería su suegro. Pero, bueno, en este caso era mejor una hija feliz que una patria arruinada por los gauchos.

Y luego no más se les metió la idea de construir un hotel y un club de los socios, porque pasaba por ahí mucho palogrueso y ya se estaban instalando algunos estancieros y estaba buena la cosa.

La entrevista

Cuando fui a visitarla, la Berza Cifuentes estaba en cama y ya habían pasado más de cuarenta años. Su dormitorio tenía dos retratos del presidente Ibáñez y algunos libros que él había donado al Club. Observé dos muros con fotos. Destacaban escenas gauchas, caballos corraleros, carreras, tabeadas, truqueadas, cuadreras. 

—Siéntese cerca de mí —dijo. No escucho casi nada. Tenía buen genio y sonreía a cada pregunta. Me contó con orgullo una historia larga, siempre hablando de su hombre amado. Porque todo confluía hacia él.

Las construcciones del hotel fueron por partes, y se hicieron con mucha madera que venía de un aserradero que había en Vista Hermosa de propiedad de su tío Amador Cifuentes, hermano de Rosendo, un importante dueño de aserradero muy querido por los pobladores porque la madera que producía la sacaba en su mayoría para la Argentina. Se diría que todas las primeras casas viejas de Balmaceda que todavía están en pie, fueron mandadas a hacer con piezas del aserradero de don Amador.  Una vez que el hotel estuvo levantado en su estructura principal, lentamente empezaron a dejar de trabajar el negocio para preocuparse solo de recibir gente en el hotel, y para eso tuvieron que construir camas y viajar a la Argentina para comprar los muebles y todo lo principal.

Pero no dejaba mucha utilidad el hotel con sólo servicio de camas, así que prefirieron darle más importancia al bar, que pasaba lleno día y noche, con gente jugando, apostando, bebiendo, gente que llegaba de Argentina que esos sí se alojaban ahí, y muchos jinetes y hombres de campos del valle, de las estancias y otros pueblitos que se estaban empezando a formar. Al parecer no tenían a qué venir a Balmaceda, sólo les gustaban las carreras, las jugarretas de taba y truco y por eso el bar tuvo tanto éxito. En ese tiempo no había leyes que controlaran ni el comercio ni la construcción de casas. Una persona o una familia podía elegir el sitio que quisieran para levantar su casa sin preocuparse, y un comerciante podía comprar en Argentina y vender en su boliche, sin pagar impuestos ni permisos ni patente. La gente que vivía en Balmaceda prácticamente no se movía de Balmaceda, no tenía ningún motivo para salir, porque adónde iban a ir si ni siquiera existía Coyhaique.

El hotel prefabricado llega en camiones 

El famoso hotel Español de Balmaceda lo compraron y lo trajeron desde Buenos Aires en sus propios camiones por la pampa. Lo compraron en piezas prefabricadas que sólo se ajustaban aquí. Y eso fue todo un acontecimiento, ya que inmediatamente se lució en medio de la pampa una cosa bonita e impresionante y un torreón único que, obviamente, atraía a mucha más gente todavía.

Berza me dijo que se mandaban las medidas del cielo raso y desde allá llegaba con las medidas exactas, así que como se hizo junto con el hotel el club, pedimos para ambas construcciones. El Club se ubicó frente al hotel. Después se conocería como el Club de los Socios y así quedaría para toda esa gente que iba ahí. Ese club sirvió para funciones benéficas, para construir casas, para ayudar a los necesitados, para ver el asunto del agua, de las veredas, de las escuelas, la iglesia y los bomberos. Para que funcionara la Junta vecinal de los socios decidían organizar encuentros y fiestas a beneficio y se juntaba dinero para invertir.

Casi somnolienta y fatigada doña Berza termina su relato de esta manera: cuando empezamos a hacer el hotel, se reunieron muchos de los que habían aquí, y se habló de la idea de formalizar un Club Social que sea capaz de solventar gastos comunitarios. Entonces se formó la directiva de los socios y el Club Internacional. Las primeras fiestas eran verdaderos bailes sociales, muy lindos, y ahí se juntaban y eran con puras invitaciones para que no entre cualquier persona. Al poco tiempo se contrató un cocinero de Comodoro y mi esposo tenía un billar, que se lo pasó al Club, imagínese la de cosas que estaban haciendo los del club. 

Andan rondando cerca mío los maestros carpinteros más antiguos y también unos hijos de pioneros que cuentan historias muy interesantes. Preparamos lo que vendrá en próximas crónicas. Maravillosos incidentes ocurridos en el Club de labios de nuevos entrevistados, que dejaron plasmadas sus experiencias de estudiantes en la escuela, doña Dumicilda Medina, el juez Arrocet, el panadero Ali Haida, José Pérez Tallem, Cosme Mencía, Antolín Silva Ormeño. La voz del tiempo donde aún respira la Balmaceda del principio. Un poblado aysenino que se las trae.

OBRAS DE ÓSCAR ALEUY

Óscar Aleuy, escritor coyhaiquino

La producción del escritor cronista Oscar Aleuy se compone de 19 libros: “Crónicas de los que llegaron Primero” ; “Crónicas de nosotros, los de Antes” ; “Cisnes, memorias de la historia” (Historia de Aysén); “Morir en Patagonia” (Selección de 17 cuentos patagones) ; “Memorial de la Patagonia ”(Historia de Aysén) ; “Amengual”, “El beso del gigante”, “Los manuscritos de Bikfaya”, “Peter, cuando el rock vino a quedarse” (Novelas); Cartas del buen amor (Epistolario); Las huellas que nos alcanzan (Memorial en primera persona). 

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